A 70 años del debut de la energía atómica en el mundo, la herida en Japón duele otra vez. La mayoría de los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki ha sufrido todo este tiempo en silencio. Los pocos que hablan intentan elevar un contundente llamado internacional por el fin de las guerras y las armas atómicas.
Cada año se inscriben nuevos nombres en la lista de las víctimas de los bombardeos, que siguen muriendo. Son ya cerca de 380 mil. Sus voces se apagan ante un mundo sordo que acumula 15 mil 850 cabezas nucleares y el propio gobierno japonés, que acaba de promover la aprobación de una ley para volver a la guerra.
Especial / Editorial
Realizado por: Karen Oami, Tomoe Saito, Urara Takahashi, Kenny Fujiwara, Kaito Kochi, Sari Hosobuchi, Yuika Inoue y Silvia Lidia González (profesora), Universidad de Estudios Internacionales de Kanda (KUIS), Japón.
Mucha gente recuerda los nombres de Hiroshima y Nagasaki por su destino trágico y guarda la imagen abstracta de una enorme nube en forma de hongo durante las explosiones. Pero poco se conocen los rostros bajo la nube.
Solamente ellos, los llamados “hibakusha”, aquellos que estaban en Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945 podrían hablar del “infierno sobre la Tierra”. Sólo aquellos que soportaron 4 mil grados centígrados, una lluvia de partículas radiactivas y perdieron en unos segundos toda la piel, podrían decirle al mundo qué hay bajo una explosión atómica.
Sus historias son incómodas. Son el resultado más perverso de una guerra que involucró a gran parte del mundo. Son la peor cara del poder nuclear desarrollado por los científicos más brillantes del siglo XX. Son un compendio de males radiactivos a partir de lo que el mundo moderno explota como una rica fuente de energía. Son el eco de los fantasmas de miles de víctimas inocentes, de niños que nunca conocieron la paz.
Paradójicamente, Hiroshima atrae al mundo. El Museo de la Paz en esta ciudad ha sido durante varios años el sitio más visitado por los extranjeros que llegan a Japón, según datos del portal Trip Advisor y fuentes de turismo.
La vida moderna de Tokio, la belleza de las tradiciones en Kyoto o las playas de Okinawa, son llamativas pero ¿qué buscan los que visitan Hiroshima? ¿qué encuentran? ¿horror, compasión, cercanía? ¿conciencia? O acaso la revisión de un capítulo histórico que la humanidad cerró sin concluir.
Si Hiroshima y Nagasaki son la muestra de que dos bombas pueden arrasar dos ciudades completas ¿qué podemos esperar en la actualidad, con casi 16 mil armas mucho más potentes repartidas por todo el planeta? Si estas armas -dice la historia oficial- son necesarias para acabar las guerras ¿qué fin le depara a un mundo moderno con decenas de enfrentamientos en todas las latitudes?
En contraste con la atención mundial, todavía quedan japoneses alejados de Hiroshima y Nagasaki en muchos sentidos. Algunos, por falta de interés. Otros, por un prejuicio que todavía despierta temores a relacionarse con los “hibakusha” o sus familias, por considerarlos portadores de malformaciones genéticas. Uno de los mitos más difundidos ante la desinformación y el desconocimiento es precisamente el de las anomalías genéticas. Más allá de los efectos en quienes fueron expuestos a las radiaciones de la bomba, incluso como fetos, no hay pruebas de trastornos heredados en las siguientes generaciones, según Nori Nakamura, científico de la Fundación para la Investigación de los Efectos Radiactivos.
Otros japoneses simplemente no han tenido información suficiente ni en sus textos escolares, ni en los medios de comunicación, por lo que algunos reconocen que falta mucho por aprender.
Una luz de esperanza sobre este tema se abre con los jóvenes. Un estudio del Instituto de Investigaciones Culturales de la cadena informativa NHK decía que en el año 2010 solamente 27 por ciento de la población japonesa recordaba las fechas de los acontecimientos de Hiroshima y Nagasaki. Entre ellos, curiosamente, los más enterados eran jóvenes de entre 20 y 30 años.
Justamente esa generación que empieza a “re-conocer” los aciertos y errores de su Historia es la que recientemente ha organizado protestas contra llamada Ley de Seguridad impulsada por el primer ministro Shinzo Abe y aprobada en el parlamento, por la mayoría de su partido. Esta ley da un vuelco a los 70 años de la historia japonesa moderna y pacífica, modificando el Artículo 9 de la Constitución que hasta ahora garantizaba que “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra”. Las Fuerzas de Autodefensa se convertirán así en un cuerpo militar, listo para combatir en donde los intereses de Japón o sus países Aliados lo requieran.
Otra paradoja de la Historia, como la que nos cuenta que las bombas atómicas sirvieron para terminar la Segunda Guerra Mundial, pero iniciaron la prolongada Guerra Fría. El gobierno de Japón, que los días 6 y 9 de agosto acude a solidarizarse con el llamado pacifista de la población de Hiroshima y Nagasaki, conmemora los 70 años de paz, con una ley que le permite iniciar la guerra.
EL RETRATO DEL INFIERNO
El 6 de agosto de 1945 el avión norteamericano “Enola Gay” arrojó sobre el centro de Hiroshima la primera bomba atómica de la historia. La llamaban “Little boy”. Aquel “pequeño niño” destruyó la ciudad en unos segundos, generando una intensa luz (llamada ‘pika’) y un estruendo ensordecedor (que se conoce como ‘don’).
Salvo una élite de científicos y militares, nadie en el mundo sabía lo que era una bomba atómica. Las 200 mil víctimas que fallecieron en el instante o en fechas cercanas, tampoco llegaron a conocer ese tipo de energía que los borró del mundo.
Allí, en medio del infierno de 4 mil grados centígrados, un osado fotógrafo del diario Chugoku decidió salir a trabajar. Yoshito Matsushige caminó por horas entre los cadáveres y escombros, y apenas pudo tomar cinco fotografías, con el pulso tembloroso y la lente de su cámara empañada por el sudor y las lágrimas.
“Tuve suerte, respiré la radiación tres horas, sin saber lo que era una bomba atómica”, comentaba en una entrevista del año 2000, aún sano a los 87 años.
“En algún momento pensé que aquellas fotos no servirían, porque entre la tragedia todo estaba destruido”, recordaba Matsushige, quien finalmente encontró el sentido de su trabajo cuando sus fotos se convirtieron en las únicas imágenes de lo que sucedió en Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Falleció en el año 2005. Nunca buscó premios ni reconocimientos. Su única recompensa por aquel valiente testimonio histórico fue -por muchos años- sobrevivir.
MEMORIAS DE UNA DONCELLA
Michiko Yamaoka tenía 15 años y soñaba con ser enfermera para curar a los valientes soldados de la Armada Imperial. Como muchos niños y jóvenes había sido entrenada en la escuela para pelear contra los bárbaros enemigos en caso de un ataque de Estados Unidos a Japón.
El 6 de agosto de 1945 la primera explosión atómica generó un viento lacerante que le causó quemaduras graves. Su rostro quedó desfigurado.
En una entrevista del año 2000 recordaba que su madre la animó a luchar y 10 años después fue una de las llamadas “Doncellas de Hiroshima”, un grupo de 25 jóvenes que fueron llevadas Estados Unidos para recibir tratamiento médico. Luego de 27 cirugías volvió a Japón, aún con un fuerte trauma psicológico, que fue superado cuando empezó a contar su historia, especialmente a los niños.
“Ellos tienen que conocer la verdad, porque en los libros de texto apenas hay una página para contar nuestra historia”, decía convencida de que los menores no deberían ser sometidos a un lavado de cerebro como el que ella vivió en su infancia, para justificar la violencia y la guerra.
EL SILENCIO Y LA CULPA
De los cerca de 60 mil sobrevivientes de la bomba atómica que quedan en Hiroshima, apenas unos 100 suelen hablar sobre su trágica experiencia. Así lo reconoce Hiroyuki Miyagawa, quien recuerda que el día de la bomba atómica había faltado a la escuela y la distancia del hipocentro de la explosión le salvó la vida.
“Pero murieron mis compañeros, amigos y profesores. Muchas personas sentimos vergüenza por haber sobrevivido, mientras nuestros seres queridos desaparecieron”. Ese trauma lo mantuvo a él, como a muchos, en silencio por más de 50 años. Apenas en las últimas décadas decidió empezar a dar testimonio de lo sucedido, para dejar un mensaje a las nuevas generaciones sobre el valor de la paz.
EL PROFESOR ‘PIKA-DON’
Sunao Tsuboi era estudiante de ciencias y la explosión atómica lo dejó gravemente herido. Justamente aparece en una de las únicas cinco fotos de las calles de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, sentado, esperando ayuda, con las orejas derretidas.
En esos momentos tenía la certeza de que estaba a punto de morir y veía alrededor, desconcertado, buscando lo que sería su tumba. Perdió el conocimiento y despertó un mes después sin idea de lo que era una bomba atómica y sin noticias sobre el fin de la guerra.
Con los años se convirtió en profesor de Matemáticas y sus estudiantes lo llamaban ‘Pika-don sensei’, recordando que fue de aquellos que vio el destello y escuchó el estruendo atómico.
A sus 90 años es el presidente de la Confederación Japonesa de Organizaciones de Víctimas de las Bombas Atómicas y de Hidrógeno, y uno de los voceros más activos contra la guerra y las armas nucleares en el mundo.
MIL GRULLAS DE ESPERANZA
Una de las historias más famosas de los “hibakusha” es la de Sadako Sasaki, quien tenía dos años cuando ocurrió el bombardeo atómico en Hiroshima. Creció como una niña sana, deportista, con muchos sueños y amigos. Pero la radiactividad hizo estragos en su cuerpo 10 años después y enfermó de leucemia.
Inspirada en la leyenda del “zembasuru” que cuenta que quien construye mil grullas de papel (origami) puede alcanzar sus deseos, pasó sus días en el hospital doblando todo papel que llegara a sus manos. Sus compañeros de escuela la ayudaron y su entorno se inundó de grullas de papel. Sin embargo, la leyenda no pudo desafiar la fatalidad. La pequeña falleció el 25 de octubre de 1955, dejando un legado de coraje a sus familiares y amigos, quienes construyeron una estatua para recordar a los niños, como Sadako, víctimas inocentes de la guerra.
UN RECORRIDO POR LA TRÁGICA HISTORIA
En 1955 autoridades y pobladores de Hiroshima lograron reunir importantes testimonios, recuerdos y trágicas páginas de su historia en el Museo Memorial de la Paz, que es hasta la fecha el sitio más visitado por los extranjeros en Japón. Se calcula que recibe más de un millón de personas al año.
Líderes de todo el mundo, familias completas, estudiantes, investigadores, turistas… Todo tipo de personas ha participado en este penoso recorrido por la historia. La actual embajadora de Estados Unidos en Japón, Caroline Kennedy, ha visitado Hiroshima en varias ocasiones y reconoce el valor de este museo: “Todo el que viene aquí debe sentir una renovada misión para trabajar por la paz en nuestro mundo conflictivo”, escribió en el libro de visitas la diplomática, hija del extinto presidente John F. Kennedy.
Clifton Truman Daniels, el nieto mayor del Presidente Harry S. Truman, (quien ordenó los bombardeos atómicos) también visitó el museo y acompañó a las víctimas en la ceremonia conmemorativa el 6 de agosto de 2012. Desde entonces ha anunciado que trabaja en un libro a propósito de los “hibakusha” y comenta que vive en dos mundos, entre el amor y respeto por su abuelo y el dolor de sus actuales amigos, víctimas de esa decisión.
NAGASAKI: “EL ALMA DEL LUGAR”
Igual que Hiroshima, Nagasaki es una ciudad llena de recuerdos dolorosos por la bomba atómica que el avión “Bockscar” lanzó sobre esta ciudad el 9 de agosto de 1945.
Este bello puerto que algún tiempo fue la entrada a Japón para el cristianismo así como para comunidades europeas, tuvo la mala fortuna de presentar buenas condiciones atmosféricas en aquella mañana de agosto, por lo que el ataque -originalmente dirigido a la ciudad de Kokura- se desvió hacia el suroeste e hizo explotar el proyectil “Fat Man” a las 11:02 de la mañana.
Entre los afectados, hay quienes pueden recordar y contar aún sus experiencias pero existen también “hibakusha” que ni siquiera habían nacido. El actual arzobispo de Nagasaki, Joseph Mitsuaki Takami era apenas un embrión de unas cuantas semanas, pero igualmente se considera una más de las víctimas expuestas a la explosión y sus efectos.
“Mi familia vivía en Urakami, una de las zonas más afectadas. Mi madre nunca quiso hablar de lo que había pasado…era muy doloroso”, recuerda el religioso, que justamente tiene su sede en la actual Catedral de Urakami, donde custodia “La Virgen Bombardeada de Nagasaki”. Esta pieza de la Virgen María, que sufrió graves daños por las quemaduras, es uno de los vestigios más conmovedores del bombardeo, especialmente para el mundo cristiano.
Nagasaki también recuerda a sus víctimas con un Museo de la Paz, fundado en 1955 así como un Salón Memorial de la Paz para las víctimas que -según su diseñador, el arquitecto Akira Kuryu- representa “el alma del lugar”, un espacio solemne que simbólicamente nos acerca a todos aquellos que la bomba atómica borró de la Tierra hace 70 años.
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Textos completos y videos sobre este tema en:
www.comunickanda.wordpress.com
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