Por: Pedro García / Buenas Noticias
…A Prado y Neptuno/ iba una chiquita/ que todos los hombres/ la tenían que mirar/ estaba gordita/ muy bien formadita/ era graciosita/ en resumen colosal/…
Las notas del cha cha chá, “La engañadora”, del único y legendario Enrique Jorrín me daban la bienvenida en los bajos del Palacio Municipal de Monterrey a donde llegué para despojarme del tremendo calor canicular para refugiarme en otro ambiente igualmente cálido, pero distinto, lleno de las sensaciones que sólo puede brindar el baile originado en los trópicos y las zonas del caribe.
Como siempre, la pista estaba a reventar. Los sonidos de la gran orquesta de la ciudad de Monterrey embrujan. Esos “solos” de sus músicos regalan emociones únicas a los sentidos.
La banda lleva décadas de presentaciones en domingo y jueves. Algo tiene la gran agrupación que dirige Jorge Barbosa porque si bien sus músicos son los mismos, sus interpretaciones nunca son iguales, las cargas emotivas son distintas en cada velada.
Por eso, cada vez que acudo a disfrutar las tardeadas, no dejo de emocionarme…
Mis ojos se llenaron con el espectáculo que ofrecía una pareja formidable de bailarines ataviados esplendorosamente: ella toda en rojo, vestido recto, corto, rematado con un tul que le imprimía un sex appeal bárbaro, ni qué decir por la flor en su cabellera de encanto, así como las indispensables zapatillas.
Mujer de físico poderoso de pies a cabeza me remitió a las actuaciones de las rumberas, por ejemplo, la enorme Amalia Aguilar. Se deslizaba, llevada por su compañero de aquí para allá, en una danza abierta, ambos con pasos desplegados: (música)…Pero cómo en esta vida/ se sabe/ sin siquiera averiguar…El caballero llegó en calzado bicolor rojiblanco, pantalón albo y guayabera roja. Se deslizaban y se deslizaban.
En los bajos del Palacio todos bailan muy bien. Algunos me llaman mucho la atención por su técnica de baile de salón: elegante y con gran ritmo: bien medidito, catedrático, sin más pretensión que la danza por la danza misma que, en el “tiempo” del “paseo” del danzón ahí adquiere otra dimensión, algo como un “allegro” dancístico.
Es el caso de otra pareja que habitualmente se luce en el danzón. Gran par de bailarines, sin duda, y que se dieron vuelo con la orquesta y, en el receso, con la música grabada de la danzonera La Playera.
Ahí cerquita me sorprendo con un “Fred Astaire” (dicho esto con respeto) bailando danzón acompañado de elegante dama. Venerable caballero de traje y con sombrero de ala; elegantísimo, erguido, magistral en el entrañable ritmo venido de Cuba a México.
La orquesta tocaba en ritmo de danzón: Martha, capullito de rosa/ Martha, del jardín linda flor/…Y en eso que advierto a alguien, lo más parecida a la genial ¡Fanny Kauffman “Vitola”!, bailando sola, junto a otras damas que ejecutan el baile coordinado, bien acompasadas.
En los bajos del palacio municipal, los jueves y domingo aguarda al observador un auténtico espectáculo dancístico que te atrapa porque te atrapa. Apenas llegas, y la orquesta, que es un formidable “anzuelo” de sensaciones, hace que cualquiera “muerda” a las primeras de cambio.
Y más con la interpretación de “El hombre aparecido” que le diera fama mundial al gran cantante mexicano Tony Camargo, el mismo que cada doce meses triunfa con “El año viejo” en todas las radio emisoras.
Y para terminar, otro embrujo de la autoría de Pérez Prado, ¡Caballo negro/ caballo negro/, al compás de las tarolas y los cueros de la batería…
Y vuelta a la realidad de los 35 grados Celsius en la urbe regiomontana.
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