Editorial |
Once Varas | Por: Obed Campos
Lepra de livideces en la piedra
trémula llaga torna a cada muro;
frente a ataúdes donde en rasos medra
la doméstica muerte cotidiana…
Octavio Paz / Crepúsculos de la ciudad II
Normalización de la autoproclamada “narcocultura” y sus nacos exponentes y la necesidad de enfrentarla…
En las tierras cercanas a la frontera, una sombra amenazante se ha arraigado durante muchos años, convirtiéndose en una realidad tan común que la denominan “la maña”, una suerte de “cosa nostra” de petatiux, pero no menos letal por ser más naca.
Esta narcocultura, en la que las actividades delictivas son tratadas como cualquier otro oficio, y sus oficiantes son vistos con mucho respeto y hasta les besan las manos y los anillos, plantea serias preguntas sobre la glorificación del mal desde las raíces de nuestra sociedad.
“¿En qué trabaja el muchacho?” podría sonar como una pregunta inocente, pero la respuesta, “El muchacho anda en la maña”, revela mucho más de lo que podríamos asumir, porque quien responde esta pregunta generalmente lo hace con el asombro y la admiración que deberían de estar reservados para los santos y los héroes.
La permisividad de la sociedad hacia este fenómeno ha permitido que la glorificación del mal se convierta en un paisaje cotidiano. Un amigo más docto que yo, pero mucho más docto, me comenta que el problema va más allá, convirtiéndose en un fenómeno aceptado, una normalidad que debería preocuparnos a todos.
La pregunta crucial que se plantea es ¿por qué los representantes de la Iglesia están negociando la paz con el narco? ¿Acaso no es responsabilidad exclusiva del Estado ejercer la fuerza necesaria para mantener el orden y la seguridad? Comparándolo con las grandes potencias, resulta impactante ver cómo se negocia con delincuentes. ¿Es esto una capitulación ante el exclusivo ejercicio de la fuerza que debería estar en manos del Estado?
¿Dónde queda el papel de las autoridades? Todos, los encargados de guardar la paz, están volteados a la pared y con orejas de burro en la cabeza.
La respuesta parece estar entrelazada con una perspectiva más profunda: el Estado mismo ha capitulado, bien por las balas del enemigo, bien por las maletas cargadas de dólares con las que el enemigo le compra su arrastrada.
Este estado delincuencial, reminiscente de películas como Mad Max, no es una fantasía cinematográfica, es una realidad palpable que se vive a todo color en todo el país y… La normalización de esta situación a nivel mundial, según mi interlocutor, refleja un miedo que no deberíamos ignorar.
En este escenario, la sociedad se enfrenta a la necesidad urgente de cuestionar su complacencia con la narcocultura disfrazada a veces de “contracultura”.
La tolerancia hacia las actividades delictivas como un simple “oficio” debe ser reevaluada. La paz no debería ser negociada con quienes desafían la ley; en cambio, debe ser defendida por un Estado que ejerza su autoridad de manera justa y decidida.
Es hora de romper con la normalización de la narcocultura y buscar soluciones que restauren la integridad del Estado. La sociedad, las instituciones y los líderes deben unirse para enfrentar este desafío, recordando que la verdadera fuerza reside en el respeto a la ley y en la construcción de un futuro donde la normalidad no esté teñida por la sombra del crimen.
Los enemigos son delincuentes, de ninguna manera son héroes.
SECRECÍA, SIGILO ¿QUÉ ES ESO?
La revelación del número del teléfono de la jefa de la corresponsalía en México, del New York Times, Natalie Kitroeff, por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador, en cadena nacional en “la mañanera” es un hecho muy grave, de los más graves cometidos por el macuspano.
Esperamos una disculpa (que no llegará) de parte de López Obrador, porque lo mínimo es que Natalie va a tener que cambiar de número, por el acoso de que será objeto.
Y si eso hace López con la corresponsal del NYT, ¿qué se puede esperar para los comunicadores de infantería, como el que esto escribe?
Las expresiones e imágenes vertidas en esta columna de opinión, son responsabilidad únicamente de su autor y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Portal de Monterrey