jueves , abril 25 2024

Se acaban los niños “Made in Japan”

¿Cuál será el costo de “globalizar” a las familias del tradicional imperio?

Por: Comunickanda / Especial / Buenas Noticias / Editorial

Japón enfrenta el problema de población más grave del mundo. En este imperio donde nace el sol, se han originado también la tecnología de vanguardia, los robots, las inversiones que están potenciando la industria automotriz en México, las iniciativas migratorias más notables a Brasil y Perú, los negocios de mayor alcance global… pero en el propio país ya no se produce el recurso más preciado y necesario: la vida.

En el 2014 hubo un nuevo récord mínimo de nacimientos en Japón, con apenas poco más de 1 millón, mientras la sociedad más longeva del mundo se acerca cada vez más a la temida estimación de 4 ancianos por cada 10 personas. La población de 127 millones de japoneses ha empezado a declinar desde el año 2005.

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Son comunes los estudios que revelan poco interés de los japoneses en el sexo, el matrimonio o la paternidad, por lo que el gobierno ha intentado crear –sin éxito- programas para estimular a las mujeres a tener hijos.

Para que Japón siga siendo una potencia económica necesita recursos humanos. Los extranjeros podrían ser un factor clave. Ya existen propuestas para integrar foráneos en los trabajos de cara a los Juegos Olímpicos de Tokio en el año 2020. Aunque la población extranjera en Japón no es muy notoria en cifras (alrededor del 1.7 por ciento del total) la tendencia empieza a cambiar y en los últimos años ha aumentado el número de “matrimonios internacionales” o “familias multiculturales”.

Los latinoamericanos son el segundo mayor grupo de extranjeros en Japón (tras los asiáticos), según cifras de la Oficina de Migración, del año 2009. Entre estos, la mayoría son de Brasil y Perú, muchos, descendientes de familias niponas que un siglo antes habían sido pioneros de las mayores expediciones migratorias precisamente a esos países. También hay un importante número de bolivianos, argentinos, colombianos, paraguayos y mexicanos.

Las familias que han integrado a estos países con Japón saben que la vida entre culturas, costumbres, comidas y lenguas tan distintas no es sencilla.

¿Puede convivir una familia hablando dos o tres lenguas? ¿Cómo se mantienen las tradiciones navideñas en un país que no es católico? ¿Por qué sufren los niños con cabello rizado o las niñas con aretes, en las escuelas japonesas? ¿Cómo enfrentan en Japón el ijime (“bullying” o acoso) los niños que abrazan a sus padres?

ALGUNAS VOCES DE LA EXPERIENCIA

Bajo los caracoles de sus cabellos…

Sergio de Lisboa nació en Brasil y lo trajeron a los dos años a una tierra donde todo era distinto. “Un día, desperté y no entendía nada ni a nadie, solamente a mis padres. No sabía dónde era Japón o Brasil, y recuerdo que lloraba todo el tiempo”.

Entre los juegos y la escuela fue aprendiendo japonés, sin apartarse de su lengua y costumbres, hasta que chocó con una nueva realidad el día que su padre fue hasta su aula y él, naturalmente, lo abrazo. “Todos se sorprendieron. Pero yo no sabía que eso no era natural aquí. Desde entonces, dejé de abrazar a mi familia”, recuerda.

Desde pequeño fue desafiado por sus diferencias. Pasaba horas mojando, afeitando, intentando por todos los medios alaciar su cabello para ser más parecido a los japoneses. Finalmente, encontró una distinción que le dio un punto a favor. Empezó a jugar fútbol y la imagen de Brasil le trajo orgullo y admiración en su grupo.

Su hogar en la provincia de Shizuoka es muy brasileño. “Yo soy lo más japonés de la casa”, comenta en tono de broma. Sergio estudia español en la universidad y ha encontrado nuevos amigos, aunque en casa sigue hablando portugués con sus padres y japonés con su hermano. Y aprovecha siempre para recuperar los abrazos que perdió durante la infancia.

“Todos somos diferentes”

Miki Miyashiro es japonesa. Sus padres también, pero nacieron en Perú. Esto ha influido en ella, desde siempre. Las costumbres, la comida y la lengua naturales en su hogar, no lo son en este país. “Cuando iba a la escuela –recuerda- tenía aretes. Como esto no es común en Japón a mí me molestaban diciendo: ¿qué, te crees muy grande?”. Su madre siempre la consoló confirmándole que ella era diferente, pero eso no era malo ni sería la única persona en el mundo… “todos somos diferentes, ¿no?”.

Por otro lado, sin embargo, ninguna de sus amigas sabía lo que era una “quinceañera” hasta que Miki tuvo su fiesta, muy al estilo latinoamericano.

En su casa habla japonés, pero su madre suele responderle en español. En el intercambio de culturas, definitivamente se alegra de disfrutar la gastronomía peruana. “Los japoneses no conocen mucho de Perú, yo quisiera que probaran la comida. Estoy segura de que les va encantar. ¿Su principal recomendación? “Lomo saltado…¡me encanta!”.

“¿Quién soy yo?”

Midori Torres nació en Perú. Sus padres son peruanos pero en la familia materna hay raíces japonesas, por lo que vino este país a los tres años.

También para ella el hogar es un fuerte lazo con el país sudamericano. Disfruta la comida, la unión familiar, las tradiciones y fiestas peruanas y habla español con sus padres. Es una oportunidad -dice- para complementar su comunicación en japonés, en la vida cotidiana y en inglés, en la universidad.

Mientras fechas como la Navidad son apenas una moda comercial en Japón, donde un mínimo porcentaje de la población es católica, para ella sigue siendo un tiempo de intensa unión familiar. “Comemos panetone, papa rellena y en año nuevo hasta seguimos la costumbre de la regalar calzones amarillos para la buena suerte, como en Perú”.

Le gusta la cercana comunicación con su familia, pero reconoce que muchas veces se ha cuestionado por su identidad: “¿Quién soy yo realmente? Nací en Perú pero toda la vida he crecido en la cultura japonesa”. En busca de respuestas viajó recientemente a su país natal y dice ahora estar orgullosa de ser peruana, sin dejar de sentirse japonesa.

Un alma llanera en Japón

En un hogar típicamente japonés del centro de Tokio, algo suena diferente desde hace tiempo. A la pequeña María Michirú la dormían al ritmo del himno nacional venezolano y ahora, en las Navidades, se le escucha cantar “Mi burrito sabanero” mientras su padre viste liquiliqui y toca apasionadamente el cuatro, instrumento representativo de su país.

En la cocina de este lugar tan especial sigue imperando el sobrio sabor japonés. La vida transcurre sobre las esteras de paja del “tatami”, y los zapatos se quedan en la puerta. Pero en el interior fluye un alma llanera. Ángel Rafael La Rosa Milano es caraqueño pero entona la música y viste a la usanza del llano venezolano en las ocasiones más especiales, junto al elegante kimono de su esposa.

La historia de amor -cuenta- empezó cuando estudiaba en la Universidad de Beijing, en China y una amiga le presentó a una compañera japonesa “con unos ojos muy dulces” que lo trajeron finalmente a este suelo.

Ahora, su hija tiene ocho años y se han consolidado como una familia que integra costumbres, comidas y lenguas. “Con mi esposa yo hablo inglés, con mi hija, desde antes de nacer, hablo español. Mi esposa y mi hija hablan en japonés. Pero todos entendemos un poquito de los otros idiomas”.

Para Ángel La Rosa, quien escribió en China su tesis sobre el “diálogo cultural internacional”, una familia como la suya es precisamente la aplicación de ese diálogo o integración entre culturas.

El Santo contra Pikachú o ¿cómo ganarle a la identidad japonesa?

En Obihiro una pequeña ciudad de la isla de Hokkaido, al norte de Japón, hasta donde soplan los gélidos vientos siberianos, no hace falta más que un mexicano para que se prepare espumoso chocolate con molinillo, mientras la familia juega a la lotería o alista la piñata con la forma de “El Santo” para la fiesta de cumpleaños de la pequeña de la casa.  ¿La sede? El único restaurante mexicano en la zona, con buenos platillos y una ambientación típica que incluye colorida decoración y vistosos girasoles.

Isami Romero Hoshino nació en México. Su padre es mexicano y su madre japonesa. En los tiempos en que no había Internet, la familia nipona enviaba videos, manga y libros, lo que despertó su interés en la cultura y la lengua materna. Romero Hosino llegó a estudiar posgrado a Tokio y se casó aquí, formando -como el de sus padres- un “matrimonio internacional”, como suele llamarse en japonés (kokusai kekkon).

Como profesor de la Universidad de Obihiro y sobre todo como ciudadano y padre de familia, ha entendido que es caro mantener una identidad ajena a la del país que lo acoge. Él y su esposa hablan japonés. Y su hija está heredando naturalmente esta lengua. El español apenas lo conoce por canciones o juegos pero es difícil que llegue a desarrollar una identidad mexicana, reconoce Romero. “En Japón está aumentando el número de matrimonios internacionales pero, salvo en los casos de algunas comunidades importantes de extranjeros, como las de brasileños o peruanos, es muy difícil mantener las costumbres del otro país…yo creo que los hijos van a terminar asumiéndose como nacionales, porque la identidad japonesa es muy fuerte”.

Sangre mexicana y ritmo japonés

Hace un siglo, un importante grupo de migrantes japoneses fue a trabajar en los cafetales de Chiapas, a conocer ese otro producto, en otra tierra, con otras costumbres, otra lengua y…otras enfermedades. “Como muchos no podían comunicarse, llevaron desde Japón a un médico, que era mi bisabuelo”, cuenta Takeshi Horita. Y así empezó la historia de una familia que sigue arraigada en México, manteniendo algunas costumbres típicamente japonesas, en plena selva chiapaneca.

El padre de Takeshi es miembro de esa familia, y su madre es mexicana también. Takeshi nació en México pero llegó muy pequeño a Japón. Inicialmente, sentía vergüenza por no entender japonés, pero creció y se ha educado en este país, y ahora es su lengua natural. Conserva el español de su tierra natal y estudia también chino en la universidad, por lo que puede comunicarse en varias lenguas.

Mientras su madre y su hermano practican orgullosamente danza folklórica de México en este país, Takeshi se ha interesado por el yosakoi, que es una fusión de bailes tradicionales y modernos de Japón.

Le gusta sentirse diferente y se adapta a sus dos nacionalidades: “depende, a veces digo que soy mexicano, y a veces digo que soy japonés”.

Una historia de amor entre guitarras y arroz…con plátano

Manami Jin fue a trabajar por tres años en la Embajada de Japón en Cuba y aprovechó su tiempo para estudiar guitarra. Así conoció a Emilio Martini, famoso músico de jazz en Cuba, quien se convirtió en su profesor y ahora, en su esposo.

Más allá del amor y la música, Manami reconoce que algunas costumbres de su esposo le sorprendieron. “La verdad, a mí no me gustaba que él le pusiera plátano al arroz que yo le preparaba con tanto cuidado, y luego lo mezclaba todo”, confiesa. Pero, igual que otras diferencias, “todo se puede entender conversando”.

Sus padres y su familia aceptaron con naturalidad su relación y ella dice que algún día le tocará también entender a sus hijos si deciden casarse con una persona de cualquier otro país. “Lo importante son las personas, no su origen”, considera.

Emilio Martini, quien es reconocido por sus innovadores fusiones en jazz y acompaña en ocasiones a cantantes famosos como Francisco Céspedes, se inspiró en unas fotos que Manami le mostró para componer la melodía “Hanami”. En ese sentido, sus culturas se integran tanto como sus deseos de estar juntos, aunque provengan de países tan distantes en todos los sentidos.

Unos acordes para la Argentina que falta conocer

Pablo Miyahira disfruta las empanadas que prepara su madre y acostumbra salir con su familia cuando hay buen tiempo, para hacer asado. A muchos lugares, lleva su guitarra. Lo suyo es la música japonesa… “Mi madre pone algo de música argentina, pero la verdad yo no conozco mucho”.

Él nació en Japón. Su madre es argentina y su padre también, pero tiene raíces japonesas. Normalmente ellos le hablan en español y Pablo responde, a veces en la lengua de sus padres y a veces en japonés. Tiene una hermana menor que también puede comprender el español pero nunca lo habla.

Justamente para acercarse a la lengua y cultura de su familia, Pablo estudia español en la universidad. Está consciente de que, más allá de lo que vive en el seno familiar, Argentina es un universo por descubrir.

Café con aroma… y un toque de alegría

Martha Tenmyo vive desde hace más de 30 años en un hogar japonés, que mantiene especialmente algunos rasgos colombianos: un suave tono antioqueño, buen café en la cocina y un esposo que disfruta la música y las fiestas, como si fuera latinoamericano.

La pareja se conoció en Londres, estudiando inglés. Luego de casarse, llegaron a formar un hogar en Japón. La familia oriental le dio tan buena acogida que una de sus cuñadas empezó a estudiar español para poder comunicarse con ella. Así empezó el reto de empezar a entender a esta sociedad, tan ajena a la de los “paisas” en Medellín.

A través de su hijo, Martha Tenmyo descubrió algunas dificultades en la educación para los pequeños que provienen de familias mixtas, por tener reacciones, formas de pensar o cultura diferente. Ahora que él es adulto se alegra de mantener algunos de esos rasgos de su otra cultura: “Nosotros siempre nos saludamos de beso…y mi esposo y mi hijo se abrazan mucho también”.

Aunque es una familia pequeña, su dinámica es multilingüística: “Mi esposo y yo hablamos en inglés; yo a mi hijo le hablo en español desde que nació. Y mi esposo y mi hijo hablan en japonés. Aunque últimamente, mi esposo empezó estudiar español, así que ahora todos practicamos más el español”.

Además del idioma, su esposo comparte el gusto por la música y las fiestas, “…parece más latino, más colombiano que yo”.

Justamente la alegría es uno de los rasgos de los países latinoamericanos que a ella más le agradaría que se conocieran en Japón. Mientras que de los japoneses, habría mucho también por difundir y aprender en aquellos países “como el cumplimiento y el respeto, que son tan importantes”.

 

  • Elaborado por alumnos de español de la Universidad de Estudios Internacionales de Kanda, Japón: Chihiro Onoguchi, Sota Seki, Ryuya Suzuki, Sergio De Lisboa, Hiroki Ohara, Miki Amemiya y

Silvia Lidia González (profesora)

 

 

 

 

 

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