Editorial |
Once Varas | Por: Obed Campos
Es cierto: el ataque contra el periodista Ciro Gómez Leyva en la Ciudad de México es un atentado contra él, pero también contra todos los que ejercemos el periodismo en el país, por cierto, el país más peligroso y mortal para ejercer este oficio.
Leo en una nota apoyada en datos de Reporteros Sin Fronteras que “México se ha mantenido, por cuarto año consecutivo, como el país más peligroso para los profesionales de la información, al sumar once periodistas asesinados, lo que representa cerca del 20% del total mundial”.
Estas amargas cifras nos dicen solamente una cosa: Ciro salvó la vida de milagro y fue gracias a que se desplazaba en una camioneta blindada que resultó ileso, pero… ¿Y los colegas en el resto de la nación que viajan todos los días en bicicleta, y no precisamente para hacer deporte, que “sagrado manto protector” los escuda en caso de un atentado así?
Con Gómez Leyva tuve una conversación más bien técnica, cuando él era el director general de los periódicos de Multimedios y yo era el humilde encargado de la plaza de Torreón. Fue muy amable, casi una dama en sus modales y nunca me “ordenó” nada, sino más bien me sugirió. Estoy hablando de historia patria, porque esa conferencia ocurrió en el año de 1998, en el verano, si mal no recuerdo.
Pero a lo que voy, independientemente de que nos caiga bien o mal Gómez Leyva, es a que tenemos todos, periodistas, políticos y sociedad en general, que destrabar este entuerto que nos agobia: Hay que terminar de una vez por todas con ese mal que se llama delincuencia y que muchas veces está de comparsa o en sociedad con el poder.
Esto si deveras tenemos ganas de dormir tranquilos y de regresar todas las noches a casa con la certeza de cruzar la puerta en una sola pieza.
Y para mis malquerientes que tampoco quieren a mis colegas: tenemos derecho de dedicarnos a este oficio, que es legal, y de paso, es el más hermoso del mundo.
Si les da envidia, pues se la aguantan.
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