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Destaca FACDYC trabajo del abogado Leija

Por: Lizbet García Rodríguez / Personajes

Los alumnos y profesores reconocen la trayectoria de sus grandes maestros, porque han dejado huella en la Facultad de Derecho y Criminología y porque han sido ejemplo para muchas generaciones de abogados, tal es el caso del Lic. Marco Antonio Leija Moreno, un maestro de maestros universitarios.

“He andado en tantas universidades del mundo con la bandera de la mía”

Nació el 29 de septiembre de 1928 en Monterrey, Nuevo León. Licenciado en Ciencias Jurídicas en 1953, con una sólida carrera como miembro del Poder Judicial en Nuevo León y una trayectoria docente de más de 50 años al servicio de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue Presidente del H. Tribunal Superior de Justicia, Coordinador Académico de la carrera de Licenciatura en Criminología. Elaboró el libro Elementos de criminología, materia que imparte, del cual se han impreso 14 ediciones; es autor de Los Andares de la Justicia, Memorias de un Juez Penal, y los Códigos penales y de procedimientos penales, para los estados de Nuevo León Tamaulipas, Coahuila, Nayarit y Tlaxcala. Fue nombrado Profesor Emérito en 2009.

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Desde escribiente hasta magistrado del Tribunal Superior de Justicia, Marco Antonio Leija Moreno lleva sus conocimientos prácticos hasta los salones universitarios. Sus vivencias van desde el viaje en tren a Los Pinos para agradecer al Presidente Miguel Alemán la cesión de los terrenos para Ciudad Universitaria, hasta dictar la última pena de muerte en México.

“Mi primer recuerdo fue cuando entramos a la escuela de bachilleres en 5 de Mayo y Colegio Civil. Cinco compañeros que veníamos de la Secundaria 10 nos juntamos para irnos a matricular, no sabíamos a qué carrera, entonces uno de ellos, ‘El travieso’, trajo en sus manos cinco papelitos doblados —eran cinco carreras entonces: Ingeniería, Medicina, Derecho, Odontología y Química—. Mi papelito decía ‘Abogado’ y fui a matricularme. Luego entré y los muchachos de segundo año nos trasquilaban con tijeras, cuando llegué al barrio pelón, papá muy gustoso dijo ‘Ya mi hijo es universitario’. Hicimos la prepa en tres años y un día yo solito me fui a la facultad en el caserón de Diego de Montemayor y Abasolo y ahí me matriculé”, rememora acerca de su ingreso a la Universidad.

“Mis maestros fueron muy buenos, Don Bernardino Oliveros de la Torre, el doctor Agustín Basave, Arturo Salinas. Me acuerdo que en Derecho Romano me di unas desveladas hasta las dos de la mañana en la esquina de Villagrán y Aramberri debajo de un foco, con una sillita plegable (yo vivía cerca de La Alameda, en la calle Espinosa, que aún no estaba pavimentada). Lo más especial fue el viaje que hicimos a Los Pinos para agradecer al Presidente Miguel Alemán la donación de los terrenos militares para hacer la Ciudad Universitaria. Salimos de la vieja estación de ferrocarril Unión que estaba por la calle Colón; vimos al presidente, y un compañero nuestro, Roque González Salazar, habló en nombre del alumnado, ahí estaba el Gobernador Ignacio Morones Prieto y nuestro rector Raúl Rangel Frías, todo muy bonito. Y ya al final de la carrera yo quería ser de los primeros en titularme, había que hacer tesis y dos exámenes, saqué todos mis papelitos y cuando fui corriendo con la secretaria, me dijo: ‘Te ganó Eduardo L. Suárez’. Entonces me titulé de segundo en la generación, fue en el año 1953. Una mañana amanecí en el tribunal con el papelito de que ya estaba titulado y el día 2 de diciembre me nombraron secretario de la Tercera Sala del Tribunal, encargado de la mesa civil. Al año y medio me habló mi hermana Yolanda: ‘Oye en el periódico sale que te nombraron juez penal’. ‘¿A mí? Si yo no sé ni para donde están los juzgados penales’, le dije. Entonces fui con el Gobernador Raúl Rangel Frías, gran persona y me dijo: ‘Bueno trabaja ahí por un año y luego te vas al juzgado civil’. Y ese año se convirtió en más de 20”, detalla.

Algunos de los momentos más intensos de su vida como juez forman parte de la historia reciente de Nuevo León, pues se relacionan con sucesos de gran trascendencia social. Nos cuenta con gran detalle: “En el año 59 tenía muy poco de haberme recibido y me tocó enjuiciar a ‘El Capitán Fantasma’, un reo que se fugaba de todas las cárceles; llevé casos muy difíciles como el del asesinato de don Eugenio Garza Sada, lo mataron puros profesionistas, el que disparó era médico cirujano de la Clínica OCA y todo me lo confesó ante las cámaras de televisión. Dicté 19 sentencias de pena de muerte; la última fue al médico Alfredo Ballí Treviño, acusado de homicidio calificado con alevosía, ventaja y traición, y todo me lo confesó. Fue en el año 1961 esta última pena de muerte en México y yo fui el que la dicté. Pero el Código aquel, viejo, decía que a los condenados a pena de muerte con buena conducta en los primeros cinco años se les sustituía su pena por la máxima de prisión; y un día estaba yo en una tienda Soriana y ahí me echaron un grito:

‘¡Marco Antonio Leija Moreno!’, era el doctor Ballí, me dio un abrazo y me dijo que tenía cuatro meses de haber salido en libertad, estuvo adentro 25 años; ‘todos me maltrataron, el único que fue atento fue usted’, me dijo. En total, alcancé a dictar 10 mil sentencias”.

Su vinculación con la docencia tuvo un carácter fundacional, pionero. “Iba a venir Don Luis Jiménez de Asúa, un maestro español muy bueno y el entonces director de la facultad, el maestro Federico Páez nos invitó para recibirlo; ahí me vinculé a la escuela, la facultad se había venido de Abasolo en el 58, fue la primerita que apareció en Ciudad Universitaria; cuando entré de profesor en 1960, ahí era puro monte. Pertenecí a la primera mesa directiva, fui fundador del Sindicato (yo hice los estatutos) y actualmente sigo dando clases. Me acaban de dar mi horario: de cinco a seis Derecho Penal y de seis a siete Criminología; no dejo la cátedra. Qué hermoso lo que he vivido, así es mi Dios”, señala sonriente.

Sobre la Universidad en los tiempos actuales comenta: “¡Qué puedo decir yo que he andado en tantas universidades del mundo con la bandera de la mía! He sido profesor en Argentina, en Brasil, en Chile, en Guatemala, en Costa Rica, en República Dominicana, en Inglaterra; he visitado instituciones de Roma, el Instituto Vasco de Criminología, la Universidad de La Habana, Cuba, la Universidad de la Sorbona en París; y todo caminar ha sido con la bandera de mi Universidad hermosa, que cada día es más grande en todos los sentidos. En la facultad me dicen ‘El compañerito’, todos me tratan con cariño y ese es el mejor regalo que me ha dado el Señor”.

 

 

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