Editorial |
Once Varas | Por: Obed Campos
Son tres retenes los que los ciudadanos que visitamos la frontera de Reynosa, Tamaulipas, nos tenemos que aventar por carretera para llegar a la ciudad. Su sistema es impredecible y, como todo lo “hecho en México” a veces funcionan y generalmente no son más que una monserga para el viajante quien paga el pato de las largas filas de vehículos y la marcha a vuelta de rueda bajo un sol calcinante sin que los resultados de estas acciones se vean por algún lado.
Porque explíqueme usted, si hay tres retenes, uno de la Fiscalía General de la República, otro de los militares en coordinación con la Guardia Nacional y un tercero de Migración, cómo es posible que se den “hallazgos”, por no llamarlos “topetones” como el que se anunció hace un par de días, en el cual en “una visita de verificación al inmueble -y en coordinación con elementos de la Guardia Nacional (GN)-, el Instituto Nacional de Migración (INM)” localizó a 34 migrantes hacinados en un cuarto de hotel en Reynosa.
Las notas afirman que 19 personas que integraban cuatro familias venían del lejano país de Kazajistán, y otras 10 personas originarias de Kirguistán que integraban dos familias. Esas dos naciones, por si le falla la geografía, están en Asia, o sea del otro lado del mundo.
¿Por dónde pasó esa gente que fue invisible para policías y soldados?
En el grupo de hombres, mujeres y niños, había cuatro chinos y un hondureño, quienes tenían la esperanza de lograr cruzar el Bravo.
Pero me regreso al principio: ¿y los tres retenes para llegar a Reynosa sirvieron de algo para contener a este y otros tantos grupos de migrantes?
Y si esos resultados dan los retenes en cuanto al tráfico humano, imagínese usted de qué sirve para contener el tráfico de drogas y otras chinches.
Eso sí, policías, militares y agentes de Gobernación están para la foto, bien guapos ellos.
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