Por: Silvia Lidia González / Editorial
Tokyo, Japón.- A 400 años de la expedición del samurái japonés Tsunenaga Hasekura a México y España, numerosos episodios históricos han acercado a estos pueblos tan distantes y tan distintos. A más de 5,000 kilómetros de distancia geográfica, con religiones, comidas, tradiciones e idiomas tan diferentes, estos países han logrado una estrecha comunicación a través del “lenguaje de la sensibilidad”.
Escritores laureados con el Premio Nobel, cantantes populares, pintores, directores de cine y otros artistas iberoamericanos han demostrado que el Japón exótico, misterioso y desafiante tiene otro rostro, especialmente en momentos cruciales de la historia, como los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945.
La era atómica nació entre una severa vigilancia informativa que borró los testimonios de los protagonistas bajo la abstracta figura de una enorme nube en forma de hongo. Tempranamente, ajenos a las presiones informativas en Estados Unidos y Japón, lejos en la geografía pero cercanos en la preocupación humana, artistas iberoamericanos de diferentes disciplinas intuyeron otra realidad, otros rostros y marcas de vida bajo aquella nube y, a través del “lenguaje de la sensibilidad”, nos han brindado, desde 1945 hasta la fecha, importantes muestras de una tercera visión sobre estos acontecimientos.
En literatura, varios escritores reconocidos con el Premio Nobel han tratado el tema en diferentes géneros. El colombiano Gabriel García Márquez, tras entrevistar al sacerdote español José Arrupe, sobreviviente de la bomba, escribió la crónica “En Hiroshima, a un millón de grados centígrados”. Por su parte, el portugués José Saramago en su ensayo “La nueva Verónica” se conmueve ante quienes sólo dejaron su sombra: “…Desapareció el hombre. Dejó la sombra, la marca, la dimensión que ocupaba en este mundo. Su pequeña dimensión que al mundo daba sentido, su pequeña alegría, su profundo e irremediable dolor”.
En “Oda al átomo”, el poeta chileno Pablo Neruda había escrito: “La ciudad desmoronó sus últimos alvéolos, cayó, cayó de pronto, derribada, podrida. Los hombres fueron súbitos leprosos, tomaban la mano de sus hijos y la pequeña mano se quedaba en sus manos”.
Otros poetas inspirados en estos acontecimientos han sido el también chileno Oscar Hahn, los uruguayos Mario Benedetti y Elías Uriarte, además del nicaragüense Ernesto Cardenal. En Venezuela, hay textos especiales de José Ramón Medina, así como poemas de Andrés Eloy Blanco y Gregory Zambrano.
Recientemente el tema reaparece en las narraciones del mexicano Víctor Manuel Camposeco,Correo de Hiroshima; y de los españoles Emilio Calderón, Los sauces de Hiroshima; Andrés Pascual, El haiku de las palabras perdidas y el dramaturgo Alfonso Sastre en su mini-cuento “Nagasaki”.
En las artes plásticas, el surrealista español Salvador Dalí decía que el “misticismo nuclear” había inspirado sus pinturas “Melancolía atómica e idilio de uranio”, “Las tres esfinges de Bikini” y “Leda Atómica”. También pintaron obras alusivas los venezolanos Alirio Rodríguez y Salvador Valero, el nicaragüense Orlando Fonseca y el colombiano Augusto Rendón. Además, el colombiano Fernando Botero es el creador de la emblemática escultura de la “Palomita de la paz”, ubicada en la entrada del Museo de Arte Contemporáneo de Hiroshima. Por su parte, el reconocido artista mexicano David Alfaro Siqueiros pintó “El átomo” dentro del que se considera el mural más grande del mundo, en la Ciudad de México. Asimismo, justo en este espacio se originaría “Mito del mañana” (Asu no shinwa) obra crítica sobre el desastre nuclear, de su amigo, el artista japonés Taro Okamoto.
Dentro del medio musical, el reconocido trovador cubano Silvio Rodríguez, en su canción “Cita con ángeles” describe cómo un pájaro de hierro amenaza a la humanidad, cuando atraviesa el cielo japonés; el argentino Víctor Heredia confiesa su memoria herida por los acontecimientos de Hiroshima en “Sobreviviendo”. El brasileño Vinicius de Moraes es autor de un poema hecho canción, titulado “La Rosa de Hiroshima”. El cantante y guitarrista argentino Atahualpa Yupanqui escribió “Hiroshima, la ciudad que no olvido” y creó una Fundación para la Paz. En España, el popular cantautor Juan Pardo ganó fama en sus inicios con una canción en inglés titulada “Hiroshima”, lamentando que: “…en medio de la isla, la vida se muere”.
La música clásica también ha hecho notables aportaciones al tema, como lo muestra el artista venezolano de origen belga Eric Colón, autor del “Ave María por la Virgen Bombardeada de Nagasaki”, que interpreta emotivamente su hija, la soprano venezolana Erika Colón.
El cine se ha ocupado del tema en la película “One more day for Hiroshima” (en fase de producción) del director mexicano Luis Mandoki, así como en el documental “Visiones de Hiroshima”, del venezolano Julio Martínez.
¿Qué tan lejos está la brillante imaginación de estos artistas de nuestro distante mundo iberoamericano, de la oscura realidad atómica? En ocasiones la cercanía es sorprendente, como podemos ver en el caso del escritor y periodista venezolano Antonio Arráiz quien, tras leer los escuetos cables que enviaban las agencias con información oficial sobre los bombardeos, intuyó el dolor que se había sembrado en Nagasaki. Inspirado por su vena literaria, Arráiz evocó aquella ciudad que había conocido por su lectura de la vieja novela de Pierre Loti, Madama Crisantemo. El 11 de agosto de 1945, es decir, apenas unas horas después de recibir esos sucintos cables con información censurada, Arráiz escribía:
“…Una espantosa explosión, como nunca la habían experimentado seres vivientes, brota en el corazón de esa ciudad de muñecas… Un resplandor horrible ilumina el firmamento, una columna de llamas, de polvo, y de humo se levanta a millares de metros de altura, como para llevar a otros planetas el signo de la perversión humana… Muere la musume que sonreía; muere el amante cuando daba el beso; muere el niño inocente que jugaba; muere la madre dando a luz; muere la criatura aún no nacida en sus entrañas… mueren aun los pájaros en el aire, y las cigarras que emborrachaban el cielo azul con su estridencia… Y de todos ellos, y de todo ello, no queda sino polvo impalpable flotando en el espacio”.
Años después, cuando el mundo pudo ver fotografías de la tragedia, encontró, sorprendentemente, las mismas escenas que el venezolano había intuido. La mayoría de los artistas en esta muestra no tuvieron la experiencia de estar en Hiroshima o en Nagasaki, ni la visión, ni el conocimiento directo. Tampoco tuvieron información completa por los medios periodísticos, ni hablaban japonés. Pero hubo en ellos una toma de conciencia que partió más de la naturaleza humana, de algo más profundo que sólo puede expresarse a través del “lenguaje de la sensibilidad”.