Por: Pedro García / Editorial
Esa movida del tablero ha provocado que algunos priistas se hagan los remolones para aceptar el “dedazo” del veterano empresario prosalinsita y alegan que si no es militante, debe ser mejor que uno de los suyos y hasta sentencian que si el candidato no priista riega el tepache, se le castigue. Igualito, el castigo, como el que se impuso a los responsables del “error de diciembre”, verdad Salinas-Zedillo.
González, quien no es ningún equis en el ajedrez priista, pronunció puntual el dedazo, en un acto igualmente de preciso: Cumbre de Negocios organizada por el hijo del “cachorro” de la Revolución, Miguel Alemán Velasco en San Luis Potosí.
Son las nuevas circunstancias del PRI posmoderno, ese que aún se jacta de sus creaciones del Nacionalismo Revolucionario: IMSS, Infonavit y otras, en copia y semejanza de las construidas por el empresariado de Nuevo León.
Ese PRI que se autorrebasa por la extrema derecha neoliberalista, aunque insista en su retórica de ser el padre de las instituciones nacionalistas, por cierto caídas en desgracia en calidad de servicios y en el aporte a la redistribución del ingreso.
Esas instituciones han estado, por encuadrarlas en términos actuales, a punto del colapso financiero, precisamente en el periodo del neoliberalismo impuesto por el salinismo, aplaudido a rabiar por el empresariado que, para sorpresa nacional, su sector más duro e inexpugnable desde el punto de vista de su doctrina (Coparmex), propone aumentar el salario a los trabajadores para ayudarles en su economía. Esa propuesta, en palabras de otros sectores, sería impugnada de populista.
Mientras 129 millones de mexicanos nos batimos en la frustración del bajo crecimiento económico, sueldos de hambre (dicen nuestros socios comerciales) y altísima inflación, Agustín Carstens se va a Suiza al Banco de Pagos Internacionales con su fracaso a cuestas de no haber podido contener el avance inflacionario, variable que se ubica en 6.30 de manera anualizada, medida a la primera quincena de octubre.
Carstens también se va con la contrariedad de no haber podido hacer entender a José Antonio Meade de la estrategia viable para conducir al país por un mayor crecimiento, por supuesto muy distinto al mediocre 2 por ciento anual promedio del régimen de Peña Nieto quien también se aferra a seguirnos vendiendo de que ese es crecimiento y no otra cosa.